lunes, 7 de diciembre de 2015

Gone Girl ¿Henrik Ibsen o August Strindberg?

Esta pieza se caracteriza por tener un conflicto aparentemente claro. Pudo escribirla tanto Ibsen como Strindberg puesto que la misma está llena de simbolismos, pequeños guiños para el espectador, siendo obsequios del autor que son una suerte de pistas para nada predecibles por supuesto. Por un lado, está Ibsen rompiendo con todo lo que se creía: la mujer, el ideal de la familia, el rol del hombre, lo prohibido, la mentira. Sin embargo consideramos que la película apunta más al estilo de Strindberg, podemos relacionar su personalidad ya que él se sintió atacado y perseguido por el feminismo, notándose esto en la manera en que el personaje principal juega un papel clave donde deja claro la astucia e inteligencia de la que es dotada la mujer para llevar a cabo el asesinato sin levantar ninguna sospecha, usando su rol de fémina como ventaja para ganar.


Además la mentira vital nace del odio, o venganza aunque no sepamos con exactitud, Amy que es la causante del conflicto es obsesiva, inteligente y perversa. La película tiene ese factor misterio de Strindberg puesto que solo tenemos pequeñas pero importantes pistas que te guían, o eso parece, a lo largo de la historia, lo que te hace dudar hasta el final de los personajes, no sabes qué argumentos son reales ni quién dice la verdad; y claro, el desenlace siempre es una maravillosa, o tortuosa, sorpresa para el lector/ espectador.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Cómo vemos Jacobo o la Sumisión.

Resulta un poco difícil, en un primer momento, presentar una propuesta plástica y expresiva de una pieza como lo es “Jacobo o la Sumisión” del gran dramaturgo francés Eugene Ionesco. El teatro del absurdo se presta para jugar, variar y otorga cierta libertad, pero no mucha al momento de dirigir un montaje.
Viendo la obra de Meiningen, sus aportes a la dirección plástica y lo detallista que pudo llegar a ser, nos hizo ver como grupo que en los detalles está la esencia de un buen montaje: Para representar a Jacobo, no hace falta una escenografía muy elaborada. Escenario vacío, iluminado por un cenital blanco en todo momento. Luces amarillas, rojas que den el tono de estar en un sótano, en un lugar cerrado y viejo; las luces de colores varían su intensidad de acuerdo al hilo de la escena. Dos sillas, en un primer momento solamente una visible, serán las determinantes de división, confrontación y también unificación. Los personajes irán con un maquillaje muy caracterizador, caricaturesco, que resaltará alguna característica específica de cada personaje. El vestuario será basado en los años ’50. 

 La música buscará introducir al espectador plenamente en la pieza, arrojará la tónica de la representación  e invitará al que observa a sumirse en el tiempo y ritmo de la pieza.

Pero no todo se queda en lo visual. ¿Quién es Jacobo? ¿Qué hay detrás de él realmente? ¿Y Roberta, de verdad quiere casarse? ¿Por qué Jacoba es tan inquisitiva con su hermano? Antoine nos dejó en claro que no cualquiera puede representar un personaje. Es por esto, que cada actor, creará la historia personal de su personaje, de donde viene a donde va, quien es, que quiere.
En cuanto a dirección expresiva, es bueno que el director, y esto es su mayor reto,  preserve el don de la improvisación que poseen los actores; además, con cada papel, el actor adquiere nuevos matices, es tarea del director que sepa usar esto en favor de la pieza a montar, descubrir que características de los actores pueden contribuir e impulsar la creación del personaje. No se debe creer que el arte es algo inconsciente, no, el arte es una acto claro y consciente, por eso, cada parte de la puesta deber ser pensada y debe tener una  justificación.


Ambas propuestas, nos brindarán la capacidad de representar a Ionesco, tal vez no a la altura de grandes directores, pero si de una manera original, limpia y llena de ganas de transmitir que no siempre deben gustarnos las patatas con tocino. 

sábado, 24 de octubre de 2015

La inmortalidad de los recuerdos

"Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias." Con esta frase de Miguel Hernández comienza “Dejadme La Esperanza”, abre y resume lo que será toda la trama: pasión y desgracias. Pasión amorosa, pasión por lo que eres o pasión por la libertad, la libertad desmedida puede acabar en una desgracia o también las desgracias descubren pasiones.



Todos vinimos al mundo con una tarea que cumplir, algo que hacer, algo que el destino ya estableció;  por lo menos eso creían los griegos. De la Antigua Grecia heredamos  el ágora, el reunirnos para instaurar lazos, teorías políticas, el teatro y  la heroicidad.

Cada obra tiene como motivo demostrar la identidad pura con la que sus personajes llegan a presentarse, el idealismo demarcado en cada una de las acciones tomadas y la interminable lucha que manifiestan entre cómo controlar su fuerza interior sin fallar a su destino. Además de la búsqueda insaciable por la verdad espiritual. Los sueños y el recuerdo de un fin trágico en común que las une, siempre están presentes aquellos anhelos que no se pueden llevar a cabo por la rudeza del destino y dejando recuerdos de una vida que se va.

La muerte por honor a causa del marcado carácter conservador de las sociedades de esa época es quizá el lazo conductor de estas tramas que, de cierta forma confirman la idea aristotélica de que el hombre, mediante la virtud, consigue el areté, la excelencia. Ahora bien, ¿Es la muerte realmente mala o es el fin que todos merecemos y decidimos alcanzar?

Imágenes: @TeatroUCAB