sábado, 24 de octubre de 2015

La inmortalidad de los recuerdos

"Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias." Con esta frase de Miguel Hernández comienza “Dejadme La Esperanza”, abre y resume lo que será toda la trama: pasión y desgracias. Pasión amorosa, pasión por lo que eres o pasión por la libertad, la libertad desmedida puede acabar en una desgracia o también las desgracias descubren pasiones.



Todos vinimos al mundo con una tarea que cumplir, algo que hacer, algo que el destino ya estableció;  por lo menos eso creían los griegos. De la Antigua Grecia heredamos  el ágora, el reunirnos para instaurar lazos, teorías políticas, el teatro y  la heroicidad.

Cada obra tiene como motivo demostrar la identidad pura con la que sus personajes llegan a presentarse, el idealismo demarcado en cada una de las acciones tomadas y la interminable lucha que manifiestan entre cómo controlar su fuerza interior sin fallar a su destino. Además de la búsqueda insaciable por la verdad espiritual. Los sueños y el recuerdo de un fin trágico en común que las une, siempre están presentes aquellos anhelos que no se pueden llevar a cabo por la rudeza del destino y dejando recuerdos de una vida que se va.

La muerte por honor a causa del marcado carácter conservador de las sociedades de esa época es quizá el lazo conductor de estas tramas que, de cierta forma confirman la idea aristotélica de que el hombre, mediante la virtud, consigue el areté, la excelencia. Ahora bien, ¿Es la muerte realmente mala o es el fin que todos merecemos y decidimos alcanzar?

Imágenes: @TeatroUCAB